miércoles, 26 de septiembre de 2012

Aditivos,tenemos que saber lo que comemos

Los ingerimos todos los días casi sin darnos cuenta. Pero, para algunas voces discordantes, sus beneficios alimetarios no superan a sus riesgos para nuestra salud. ¿Merece la pena ponerlos bajo sospecha?
Hubo un tiempo en el que solo se consumían productos de temporada, en el que los alimentos llegaban a nuestra mesa con el color, el sabor y el olor original, y en el que sabíamos con exactitud de qué estaba hecho aquello que nos llevábamos a la boca. Hoy podemos comprar cerezas en noviembre, tomar yogures de colores o disponer de magdalenas que permanecen esponjosas durante semanas. Todo ello es posible por obra y gracia de unos ingredientes, los aditivos alimentarios, que nos hacen la vida más fácil y el paladar más caprichoso, pero que planteannumerosos interrogantes acerca de sus efectos sobre nuestra salud.

“Desde hace ya muchos años se ha visto que existe una relación entre los aditivos alimentarios y determinados problemas de salud –explica el neuropsiquiatra Javier Aizpiri–. No se trata solo del cáncer, sino de enfermedades metabólicas, alteraciones del sistema nervioso... Estamos desprotegidos, porque cuando comemos algo no sabemos con exactitud qué nos estamos metiendo en el cuerpo. A todo eso se suma que sus nombres viene muchas veces camuflado y hace falta ser un experto para discernir qué es lo que te puede hacer daño”.

Pero vayámonos a los orígenes. Para ello, pensemos en que un alimento natural no puede conservarse más que durante un periodo corto de tiempo. Esto lo sabían bien nuestros abuelos, quienes, para prolongar la vida de los alimentos, recurrían a procesos de conservación naturales, como el secado al humo, la sal, el vinagre o las conservas. Pero estos métodos se mostraron insuficientes una vez que se desarrollaron la industria alimenticia y las grandes superficies, que necesitaban disponer de enormes cantidades de alimentos almacenados.

Y no solo hacía falta otro tipo de conservantes, sino también encontrar el modo de que determinados víveresno perdieran el sabor o el color durante los meses que permanecían a la espera de ser consumidos. De ese modo, la industria química fue ideando antioxidantes, potenciadores del sabor, edulcorantes…y, progresivamente, sustancias que tuvieran colores más originales o sabores más intensos. Buscaban atraer a nuestros sentidos y fueron surgiendo más y más aditivos. El problema, según Azpiri, es que “en estos momentos somos una sociedad muy contaminada. Como resultado, han comenzado a aparecer enfermedades propias de la alteración química: problemas de tiroides, incremento de los cánceres, aumento del Parkinson, hiperactividad infantil...”.

Etiquetas confusas

Con él coincide plenamente la activista Corinne Gouguet, autora del libro “Peligro. Los aditivos alimentarios (Ed. Obelisco), quien se pregunta “cómo hemos llegado a comer sopas, purés o postres en sobre o a olvidarnos del sabor del agua. Lo que ocurre es que, como el consumidor piensa que cualquier ingrediente que puede ser perjudicial no estaría permitido por las autoridades sanitarias, tanto él como su familia cumplen su papel: consumir”.

Gouguet se acerca así al punto clave de la discusión: efectivamente, la industria alimentaria no puede utilizar cuantos aditivos alimentarios desee; su utilización está sujeta al Reglamento (CE) 1333/2008 del Parlamento Europeo, un reglamento que establece, entre otras cosas, que un aditivo solo puede autorizarse si su uso no induce a error al consumidor. Y este es un punto polémico porque nos lleva a la cuestión del etiquetado. De acuerdo con la AESAN, “los aditivos son ingredientes y, por ello, deben figurar en el etiquetado, bien por su nombre o por su número E. De esta manera, el etiquetado proporciona información al consumidor que le va a permitir elegir o evitar consumir alimentos que tengan determinados ingredientes”.Según esto, dado que aparecen en el etiquetado, cada uno de nosotros es libre de adquirir productos que los contengan o de abstenerse de consumirlos.

Pero el asunto, advierte el dr. Aizpiri, no es tan sencillo: “El que unos vengan con el número y otros con el nombre incita a la confusión: el consumidor no tiene los suficientes conocimientos de química como para interpretar qué es la metilcelulosa o el butilhidroxianisol y si pueden tener algún efecto nocivo sobre su salud”. Por otra parte, rara vez aparece en las etiquetas el porcentaje de cada aditivo empleado en el producto en cuestión, ya que se trata de un secreto de la más alta confidencialidad y permanece bien oculto al público. Además, a menudo la lista de ingredientes se imprime en caracteres minúsculos y en un color discreto que se confunde con el del propio embalaje. Y hay productos, como el glutamato monosódico o E621, que puede esconderse bajo 30 nombres distintos.

¿100% inocuos?

Más allá de la confusión, el tema se centra en su supuesta inocuidad. Desde la AESAN se indica que los controles para proteger nuestra salud son exhaustivos y que hay una vigilancia activa. Pero esto, señala el dr. Aizpiri, “no es suficiente: la autoridad sanitaria solo exige un mínimo de investigación y por un tiempo muy corto. Además, estos trabajos suelen referirse solo al cáncer. Por ejemplo, no hay ningún trabajo, que yo conozca, de la relación entre aditivos alimentarios e hiperactividad en los niños”. El principal problema, apunta, es el de la acumulación y el de la interacción con otras sustancias: “Normalmente se investiga su efecto aislado durante un breve periodo de tiempo, pero no su efecto acumulativo a lo largo de los años y en adición al resto de tóxicos con los que convivimos. No olvidemos que, cada día, recibimos dosis y más dosis de distintos venenos–desde la contaminación ambiental a los fenoles o ftalatos–, que interaccionan entre sí, se van sumando y pueden acabar enfermándonos”. No olvidemos que un niño puede consumir hasta 100 aditivos diferentes todos los días.

Para terminar, una reflexión, de la mano de Gouget: “En general, una dosis de cualquier producto que contenga aditivos no puede provocar ninguna enfermedad grave; es con el tiempo, al ingerir una dosis tras otra, cuando una acumulación progresiva podría resultar perjudicial para la salud. Pero tenemos la posibilidad de esforzarnos y consumir menos y mejor, o bien de optar por otros productos, ya que nada ni nadie nos obliga a tomar productos químicos. Hay que aprender a desconfiar”.

Cuidado con las listas falsas
Periódicamente aparecen listas de aditivos alimentarios en las que se exponen sus posibles efectos perjudiciales. Pero muchas veces dichas listas no están hechas con el rigor sufi ciente, de modo que mezclan aditivos inocuos con otros que no lo son tanto. En este sentido, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) precisa que “están avaladas por falsos profesionales o por hospitales inexistentes, tanto españoles como europeos”. Su falsedad puede comprobarse al chequear que el E-330 fi gura como“un peligroso cancerígeno”, cuando no es más que ácido cítrico. Y los números E-125 y E-225, si bien corresponden a aditivos, fueron prohibidos en su día y no están autorizados.

Aspartamo y glutamato, en la picota
Los contrarios a la utilización indiscriminada de aditivos centran sus críticas en el aspartamo y el glutamato. Respecto al aspartamo, el dr. Morando Soffritti, del Centro de Investigación del Cáncer Cesare Maltoni (Italia), ha realizado tres tipos de experimentos en ratones y ha observado “un incremento en el número de linfomas, leucemias y tumores”.En cuanto al glutamato monosódico, el neurocirujano Russell Blaylock, señala que este aditivo no solo daña el cerebro, también otros órganos, como el corazón. Según él, si estas sustancias se prohibieran, descendería la obesidad, las enfermedades neurodegenerativas y la hiperactividad.       

Fuente: www.laverdad.es

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